“Stavrogin: En el Apocalipsis, el ángel anuncia que ya no existirá el tiempo.
Kirilov: Lo sé. Eso está dicho expresamente, de forma clara, inequívoca. Cuando todos los hombres sean felices, ya no existirá el tiempo, porque ya no hará falta. Una idea muy cierta.
Stavrogin:
¿Y dónde lo meterán?
Kirilov: En ninguna parte. El
tiempo, al fin y al cabo, no es una cosa, sino una idea. Desaparecerá en el entendimiento.”[1]
La adaptación de la novela de Juan José Saer al
cine por Gustavo Fontán, es justamente eso, una adaptación.
Como sabemos, tanto la literatura como el cine, presentan su propia
especificidad, de ahí que el mensaje y el resultado artístico sean tan dispares. ¿Pero qué tienen en común? Podríamos decir
que la libertad con la que los artistas pueden trazar y organizar el material
que la realidad les ofrece. Esto es lo único que comparten, en todo lo demás aparecen
diferencias irreconciliables, consecuencia de la diferencia entre un modo de
representación verbal y otro visual-fílmico. He aquí el arranque de esa
adaptación donde el protagonista es el tiempo. En la novela de Saer, el tiempo
juega un papel fundamental, ya que la misma historia es contada por distintos
personajes, o sea, la misma escena, tres veces, lo que nos coloca frente a tres
historias respecto a un mismo intervalo temporal. En el cine no se podría
producir tal cosa, por lo cambiante de un día a cada instante, la luz, la toma,
los objetos, no se pueden reproducir tal cual en cada historia. Esto llevó al
director a reproducir solo una historia de las tres con las que contaba la
novela. Primera gran diferencia. Pero encontramos una gran estrategia de parte
de director, con la cual logra que el punto fuerte de la película sea este.
Conociendo la novela y habiendo leído a Saer, Gustavo Fontán, toma un artilugio
característico del escritor, que podríamos mencionar como su principio poético
fundamental: el encontrar en lo observado una fuente inagotable sobre lo cual
hablar. Como si fuese una práctica Zen, uno como espectador se encuentra con
planos y tomas que duran mucho más de lo que uno esperaría, y el “tiempo” no
pasa. Casi como un trabajo de fotografía o como si se observara un cuadro, uno
contempla, una hoja, una barca o el río y la poesía surge en el mismo instante
en que se busca algo nuevo en ella, y luego
encuentra otro significado y luego otro y así sucesivamente. El tiempo
se resume así en una situación.
Teniendo esto en cuenta, viene al caso mencionar que en la cultura ancestral del Japón podemos encontrar una palabra la cual se pronuncia “saba”.
¿en qué consiste este término? Es la creencia de que es el tiempo en sí el que trae a la luz del día la esencia de las cosas. Esta palabra traducida textualmente significa “roña”. Es la roña inimitable, el encanto de lo viejo, el sello, la pátina del tiempo. En conclusión, la película logra con creces ello: apropiarse del tiempo como una especie de material artístico.
Teniendo esto en cuenta, viene al caso mencionar que en la cultura ancestral del Japón podemos encontrar una palabra la cual se pronuncia “saba”.
¿en qué consiste este término? Es la creencia de que es el tiempo en sí el que trae a la luz del día la esencia de las cosas. Esta palabra traducida textualmente significa “roña”. Es la roña inimitable, el encanto de lo viejo, el sello, la pátina del tiempo. En conclusión, la película logra con creces ello: apropiarse del tiempo como una especie de material artístico.
“La historia no es
el tiempo; ni siquiera la evolución lo es. Los dos términos hacen referencia a
una sucesión. Y el tiempo es una situación, el elemento que da vida al alma
humana, en el que el alma está en el hogar como la salamandra en el fuego.” [2]
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