jueves, 27 de octubre de 2016

Muestra de Malevich en el PROA




Todo comenzó con el sol de las 12 del mediodía. Exacto, circular y armonioso, noventa grados respecto a nuestras cabezas, que seguramente desde allí arriba se veían como puntos atomizados a través de una línea. Una línea tensionada entre los conventillos, que colmados por rectángulos de colores superpuestos, causaban la sensación de profundidad en el plano.
Empecé de a poco a prescindir de las cosas “tal cual son”, empecé a abstraerme. El círculo amarillo empezó a moverse y se iba acomodando hacia un costado, un extremo de la inmensa mancha celeste. Todo a mí alrededor comenzó a proyectar una sombra negrísima y nítida. Todo. Los planos de colores de los conventillos, los turistas y sus cámaras de fotos, los pintores de cuadros y los que simplemente caminábamos en busca de una aventura. De hecho ya había encontrado una: reducir a la realidad a las formas básicas de la geometría, componer lo que me rodeaba y pensarlo desde un concepto de equilibrio simetría-asimetría, el uso de los colores y sobre todo a tratar la profundidad que se nos presenta en la realidad mediante el contacto y la superposición.
Seguí dirigiéndome hacia la mancha marrón. Al lado, dejando un espacio vacío entre ellos, un cuadrado blanco donde se leía “PROA”. Ya sin requerir de ningún tipo de esfuerzo, mi juego se transformó en la realidad. Las personas quietísimas representadas mediante rectángulos y triángulos tomaron colores vivos y radiantes e inundaban las salas.  Descubrí que en este lugar, estaba metida La Boca entera. Empecé a dilucidar algo en el fondo.
Al final del recorrido un circulo negro, y el cielo.