lunes, 20 de julio de 2015

La paz rutinaria


Presentí algo, pero no llegaba a conectarme del todo con el sentimiento para vislumbrar si era bueno o malo. Había que estar preparado. 
Me destapé y me hallé desnudo. Fui cambiándome con lo que iba descubriendo en el cuarto y me sentaba al cuerpo. No me acordaba nada de lo que había pasado y se me partía la cabeza. Tomé una pastilla con lo poco que quedaba de cerveza en un vaso. Hice una arcada. 
Después, con mi característica tos nerviosa fui al baño. Me refregué los ojos y enjuagué mi cara. Oprimí de la boquilla de la pasta dental lo poco que quedaba sobre un dedo y me "lavé" los dientes. No me reconocí en el espejo. Controlé los dos perfiles, mi pelo enmarañado y salí abandonando para siempre a mi acompañante. Crucé el patio helado, cruzado de brazos y con el cuello contraído. Ya del otro lado abrí la ventana corrediza y la vi. Ella no se percataba de mi presencia aún porque estaba de perfil hablando con otra persona. Antes de que volteara y hagamos contacto visual por primera vez, imperó un nuevo deseo en mí: tener una aventura con ella.
Nos presentamos y me senté enfrente. A los cinco minutos mencionó que tenía que volver a su casa. No podía dejarla ir. Saqué provecho de que no sabía donde tomarse el colectivo, le hice un gesto con la mano a el dueño de casa para que se diera cuenta de mis intenciones y la acompañé.
La parada estaba solo a dos cuadras. ¿Cuánto tiempo tendría?¿Un minuto?¿Dos distrayéndola?
Cerré la puerta de calle sin tener la llave, retrocedí, llamé dos veces con un puño débil, esperé. Toqué el timbre al rato derivado de un silencio incómodo, esperé. Un amigo abrió, hice una broma zonza sobre mi olvido, largué unas risas forzadas, cerré lo más lento posible y seguí esperando un milagro. Supuse mal si pensaba que en ese tiempo robado al destino, iba a saber de qué hablar. Fue todo el acting en vano. Sinceramente ni una semana me habría bastado para lograr una estrategia en el estado de ansiedad en que me encontraba. Cada acto, cada acción, cada movimiento, había sido premeditado, calculado hasta el más mínimo detalle. Sabiendo que no es natural ir contra el tiempo y que el universo busca su equilibrio reproduciendo infinitas veces el presente que no aceptamos, postergué lo ineludible por una fracción de segundos, y se compensó aumentando mis pulsaciones. Tenía las manos transpiradas y temblorosas. Sentía calor en pleno periodo invernal de Buenos Aires. Me sentí vulnerable. Ella mientras , titiritaba de frío, estaba en paz, atenta a el presente y aceptando lo que la vida le designe. Eramos polos opuestos y congeniábamos. Sin decir nada le pasé la campera por la espalda , y ella sonriendo me rodeó en una seguridad que hacía mucho no sentía. Bajaron mis pulsaciones y me sentí a gusto.
Caminamos diez pasos y todavía no le decía nada. Para mi sorpresa, buscando algo en sus bolsillos me mostró una cajita de liyos. Hizo un gesto como si fumara con la mano. Pensé que necesitaba tabaco, pero me estaba pidiendo marihuana. Le dije que no tenía. Había dejado de fumar cualquier tipo de cosas hacía años cuando enfermé y me advirtieron que cuide mi salud si quería seguir vivo. Me iluminé (o no) y le dije que le podía conseguir. Me pasó el número del celular y quedamos en que le iba a avisar apenas supiera de algo. Mientras corríamos para alcanzar al colectivo atinaba a sacarse la campera para devolvérmela. Le dije que en otro momento me la iba a dar, en una salida capaz. Se subió, me hizo un gesto con la mano, sonrió de nuevo y desapareció. Mientras volvía a fumar, esta vez el humo del escape en donde se iba, me pregunté: - ¿Con que derecho entra a mi vida y la convierte en un hermoso lío? 
Tras recibir un mensaje de ella que decía "gracias" todo valía la pena, hasta renunciar a la monótona paz que con trabajo y esfuerzo habíamos logrado con la mujer que dormía a mi lado la noche anterior.




jueves, 16 de julio de 2015

Diseñar es escribir


Hace unos años estaba en crisis con la arquitectura, estuve a muy poco de irme aunque no se lo había dicho a nadie en su momento. No la pasé para nada bien.
Como última jugada y medio desesperanzado, le cambié a un fragmento de Cortázar el verbo "escribir" por "diseñar": Para mi suerte, diseñar se parece mucho a escribir:
"¿Por qué diseño esto? No tengo ideas claras, ni siquiera tengo ideas. Hay jirones, impulsos, bloques, y todo busca una forma, entonces entra en juego el ritmo y yo diseño dentro de ese ritmo, diseño por él, movido por él y no por eso que llaman el pensamiento y que hace la prosa, literaria u otra. Hay primero una situación confusa, que sólo puede definirse en la palabra; de esa penumbra parto, y si lo que quiero decir (si lo que quiere decirse) tiene suficiente fuerza, inmediatamente se inicia el swing, un balanceo rítmico que me saca a la superficie, lo ilumina todo, conjuga esa materia confusa y el que la padece en una tercera instancia clara y como fatal: la frase, el párrafo, la página, el capítulo, el libro."

domingo, 12 de julio de 2015

Las modelos


Desde hacía tiempo, mi novia trabajaba como modelo en un estudio de fotografía en el barrio de Palermo. Ese día recuerdo haberla acompañado realmente, de mala gana, pero como no tenía nada más que hacer, ni se me ocurría, ni quería ponerme a pensar, lo disimulé bastante bien creo. 
La noche anterior no había dormido. Después de acostarnos y de que ella se durmiera, me dediqué a dispararle algunas fotos a su cuerpo. Ansiaba que la luz entrara por la ventana de tal manera y no de otra, y para eso esperé alrededor de tres horas. En mi cabeza estipulé el horario en que iba a suceder el fenómeno entre ella, mi ojo y el resto, como un eclipse.
Fumé hasta que las sombras coincidían con el imaginario de lo que buscaba. La espera fue recompensada, decididamente no hay mejor modelo para fotografiar que una mujer durmiendo. 
Todas habían sido sacadas con mi antigua cámara analógica, herencia de mi abuelo, con un rollo blanco y negro para que contrasten las curvas. Ni bien levantada, me increpó y me dijo que no le saque más fotos, que se sentía invadida. Cosa que ya me había señalado en otras ocasiones, pero poco me importaba, ya que sólo se enteraba de la mitad de las veces porque era de sueño profundo.
Ella no era mala, pero era tan sincera consigo misma, que había cambiado y no lo disimulaba. Los dos habíamos cambiado. Estábamos transcurriendo esa instancia de pareja en donde cualquier palabra o hecho es motivo de gritos. 
Ese día para compensar su mal humor y no quedarme dormido, llevé mi cámara para condensar el "detrás de escena". Cuando llegamos, me presentó algunas personas que no conocía de veces anteriores. En el coloquial y ameno saludo, no le presté atención a nombres ni caras, como hace la mayor parte de las personas. 
Entre estas se encontraba una modelo muy delgada y de estatura media, con un cuerpo para nada llamativo. Me percaté solo de su fuerte presencia cuando me preguntó si tenía fuego. Uno de los productores le avisó que dentro no se podía fumar. La acompañé fuera. Me dio las gracias y se quedó callada mirando hacia la nada, sentada en el cordón de la vereda. Le pregunté si tenía uno para mí y le expliqué que no los traía porque mi novia al tener problemas de asma no lo soportaba. Me dijo que éste que le encendía era el último, y que mi novia estaba a salvo dentro, por lo cual me propuso compartirlo. No enunciamos palabra, pero nos pasábamos la humareda con la normal respiración, de tal manera que por un momento sentí que nos besábamos en el aire. 
Me seducía ese silencio que habíamos pactado sin decir nada. A la vez el humo era como la arena de un reloj que se esfumaba y me iba anunciando que mi tiempo se dirigía al final.
Cuando lo terminamos, contemplando las cenizas, supuse triste que cada uno seguiría sus vidas normalmente, como si nunca nos hubiésemos visto.
Cuando desapareció el último espiral y mientras lanzaba la colilla, anunció que una cámara colgaba de mi cuello. Le expliqué que sólo era un aficionado. Ella también lo era. Me señaló entusiasta y en tono amistoso, que podría ir a revelar rollos a su casa cuando quisiera. Luego, se volvió rápido dentro a buscar la cámara que llevaba siempre consigo, la "callejera" según las propias palabras de ella. 
Al rato la vi volver con un cigarrillo sin prender en la mano y sin cámara.
En ese lapso que estuve solo y mientras observaba como se terminaba de fundir mi relación en la colilla que estaba consumiéndose en el medio de la calle, agradecí conocerla, y me dio cierta tranquilidad que mi novia esté dentro ocupada y que horas antes no me haya tratado de la mejor manera. 
De cierta forma, así no me generaba culpa y por dentro me excusaba para seguir coqueteando con esta extraña que sentía tan cercana y a la cual tiempo después fotografié durmiendo en más de una ocasión




Fotografía: Steven Meisel para Vogue Italia.