domingo, 7 de diciembre de 2014

El amante (parte 1)


Diez segundos nos distanciaban del ocaso lunar y del amanecer. Ese lapso bastó para sentir como se me esfumaba la vida. 
Pensé que así se debería presenciar el instante antes de morir, entre confuso y de clarividencia absoluta.
Puedo asegurar que en ese intervalo estuve muerto en vida pero paradojicamente hasta el día de hoy lo recuerdo y se hace eterno en mí. Esa noche sentí más de lo que acostumbraba y lo que me rodeaba era como un velo posado sobre mí, un peso que me apuñalaba desde todas las direcciones el cuerpo.
Todo se encontraba inmóvil, salvo nuestra respiración que aullaba entre tanta oscuridad. La poca luz que se escurría a través de los millares de ojos de la muda persiana restaltaba las formas en un juego de blancos y negros.
El clima era ideal, acababa de llover y no había viento. Seguramente era por la humedad tan pesada, densa y típica de Buenos Aires, que rebaja a todo lo que se le interpone contra los adoquines. Hasta los árboles se limitaban rendidos a dormir. A las personas, tampoco les daba tregua y la calle despoblada daba a pensar de una resistencia a otro día rutinario.
Todavía se olía el típico olor a tierra mojada y se respiraban los últimos estragos de la reciente garúa.
Sentí de repente, como todo me pertenecía, menos ella. Mi último anhelo era que me perteneciera. Mi sueño era que ella sea de ella. Sabía que nunca me pensaba comprometer, como tampoco le prometía nada. ¿Cómo podría alguien verla sonreír y a la vez ponerse a pensar en el futuro? Era un insulto como espectador. 
Para mí siempre fue un fetichismo ponerle etiquetas a las relaciones. Estaba muy cómodo sin ser nada y ser todo en ese momento. Pero la notaba rara, desde hacía un tiempo.
Por un instante quedamos mudos observándonos sin decir ni pensar. Nada que se anunciase sería mejor que ese silencio ensordecedor.
Esa madrugada volví a ver sus comisuras en sombra, como si planease algo extraordinario o si me fuera a contar alguna nueva fantasía por cumplir y me desafiara.
Fueron diez segundos los que tarde en suspirar. Abrí mi boca lo necesario para iniciar lo que mi cuerpo pedía que impulse. En eso me interrumpió abriendo también su boca rápidamente y soltó con la misma velocidad la pregunta que me haría la persona más triste de la habitación: - ¿Te gustaría ser mi amante?. Y ahí se fue el poco aire que me quedaba. 



Foto: William Claxton
En la fotografía: Chet Baker y Halima Baker

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