lunes, 23 de octubre de 2017

Las mochilas



Tenía una mochila y la había dejado sobre el sillón para no apoyarla directamente en el piso y se ensuciara. Ella también llevaba una mochila, pero era mucho más chica que la mía. Apenas entró noté su tamaño y me dirigí a la mía pensando en todo lo que me sobraba: camisas, remeras varias, calzoncillos y sobre todo "recuerdos" para los de acá. Sacando eso, me encontraba en igualdad de condiciones que ella. Mientras se acercaba se escuchaba el inconfundible sonido de botellas de alcohol chocando.
Se sentó frente mío, sin quitar la vista de mi mochila mientras lo hacía, como juzgando su tamaño. Era un sillón de tres cuerpos igual que en el que me encontraba yo. Estaba completamente vacío y se sentó en el medio. La mochila la dejó a un costado, en el piso. Yo también estaba en el cuerpo central del sillón, pero demasiado echado y retraído como para poder captar su atención. Ella en cambio, tomó el protagonismo enseguida inclinándose hacia mi y empezó a pasar la mano por la mesa que nos separaba. Pasó su mano con suavidad, con la velocidad necesaria de las caricias. Pareciera que disfrutara del acto y que le diera placer hacerlo. Al parecer inspeccionaba el material con el que estaba hecha. Me sentí seducido, y a la vez pensé, es de mimbre. No se lo dije, porque no estaba realmente seguro, pero para mi lo era.
Después en el trayecto volviendo contra el respaldo sonrió, y yo le devolví también una sonrisa. No había de que reírse, era un día más y no esperaba nada de el, pero ella estaba ahí y devolviéndole la sonrisa, de alguna manera, la hacía sentir frente a un par, que teníamos algo en común, mas allá de estar en el mismo hostel con nuestras mochilas y de viaje. En seguida, reboto al llegar al respaldo y fue directo a su mochila nuevamente. Aproveché su descuido para volver a mis facciones descansadas y habituales, ese estado normal de la cara que a todos nos hace ver un poco tristes. Revolvió un buen rato sus cosas mientras se volvían a escuchar las botellas. Serán mínimo dos, pensé. Tenía lógica sino no sonarían. Pero el sonido provenía de diferentes sitios de la mochila. No, son cuatro, me corregí.
Mientras seguía buscando, me hizo repensar en todo lo que me sobraba en la mochila de nuevo. No tengo ni siquiera alcohol, me dije, mientras movía de lado a lado la cabeza.
Para mi sorpresa sacó un libro. Tampoco tenía uno yo y a esta altura me hizo concluir que en toda mi mochila llevaba basura.
Se volvió al cuerpo central, cruzo las piernas y se hundió en el sillón. Como era mi costumbre, traté de averiguar el título del libro. Pude ver que la tapa era de un color azul oscuro pero luego lo inclinó un poco hacia abajo, de modo que me la tendría que arreglar para hallar el nombre. Lo posicionó de tal modo, que la luz de la lucarna que se encontraba sobre su cabeza la inundaba por completo. Así quedaba en sombra lo único que me interesaba ver: su cara y el nombre del libro, el resto era luz.
Debía hallar la manera de invertir esto. Miré la lucarna y chisté. Me hizo volver cuando la vi recogerse el pelo. Me incómodo y encontré un aliado en el celular que empecé a mirarlo, pero no había nada que mirar allí. Inicie el juego de pasármelo de mano en mano, pero esto delataría mis nervios y lo dejé sobre la mesa. De algún modo nos separaba, pero empecé a verla como un medio para unirnos. Si, de alguna manera estaba marcando territorio. Coloque mi celular más cercano a ella que a mi, ganándole espacio. Mis movimientos eran torpes expectantes de su mirada. Reaccionó suspirando mientras doblaba el vértice de la hoja que estaba leyendo y después dejó el libro que leía tapa abajo a la misma altura que mi celular. Me tocaba mover a mi, me dije. Llevo una mochila repleta de cosas inútiles. Me entusiasmo contar con ventaja. Improvisé rápidamente para no demorar mi turno y saque de mi mochila un cuaderno que había traído para escribir las aventuras del viaje. Lo hojeé haciendo como si buscara alguna hoja en particular, pero estaban todavía todas sus páginas en blanco. Es un cuaderno, pero a simple vista pasaría a ser un libro, me las ingenié. Frené en una de las hojas y asentí actuando el gesto pero sin forzarlo. Me quedé un buen rato así, hasta que sea creíble mi uso del libro y a la vez para mostrarle cierta indiferencia, que estaba ocupado en mis cosas. Después crucé las piernas en la misma posición en que las tenía ella y me quedé mirando la hoja blanca. Mis ojos de a poco empezaron a ir de izquierda a derecha, y por momentos me daba cuenta que iba demasiado rápido, y ahí bajaba el ritmo. Por un instante hasta yo me creí estar leyendo. Al rato actuó como lo había hecho antes yo, tomó su celular y empezó a pasárselo de mano en mano. Tosió y lo apoyó sobre el libro de tapa azul. Se arrepintió enseguida, levantó el celular con una mano y con la otra tomó el libro, después volvió a apoyar el celular directamente sobre la mesa. Se acomodó moviendo un poco el cuerpo en el lugar, se tiró el pelo detrás de la oreja de un lado y abrió el libro en la página doblada. La desdobló, y la volvió a doblar hacia el otro lado, tratando de emparejar la marca hecha en la hoja y sonrió. Era un libro ancho, de unas 400 páginas y seguramente pesaba. Lo sostenía con tal facilidad, que saqué la conclusión de que era una lectora frecuente y hábil. Se estiró sin moverse de su sitio y se puso a buscar nuevamente algo en la mochila. El libro seguía firme, la mano tensa pero a la vez cómoda. El sonido de las botellas sonaba sin parar y a ella parecía no importarle demasiado. ¿Que llevará?¿Vino, cerveza? Pensé en cerveza, por la cantidad de botellas que estimaba que tenía y por el sonido. Sabía distinguir el sonido de unas cervezas chocando de unas botellas de vino. Cerró el bolsillo principal y fue a abrir otro más pequeño. De allí sacó un lápiz y por tener las manos ocupadas, dejó el cierre abierto. Volvió hacia su lugar e inclinando el libro para que lo ilumine la lucarna corrigió su postura tirando los hombros hacia atrás. Habiendo realizado esta performance, detecté que mi posición era pésima y estiré mi espalda para dejar mi columna larga y erguida. Alargando mi cuerpo, sentí como el aire inflaba mi pecho y comprendí: dejé mi cuaderno en la mesa, recogí mi celular y me incliné hacia un lado. Lo guardé en uno de los bolsillos del jean y volví a la posición habitual. Fui a mi mochila y del bolsillo más chico saqué un paquete de cigarrillos, me incliné nuevamente hacia un lado, el contrario de donde tenía el celular y saqué el encendedor. Le ofrecí un cigarrillo sin decir nada, invitándola dejando uno asomado del paquete. Se sobresaltó y cuando se relajo, asintiendo en silencio lo tomó. Con la otra mano acerqué el encendedor y retardando lo máximo posible el acto, se iluminó por completo su cara y el titulo del libro.
Así me quedé, un buen rato disfrutando de aquella imagen hasta que me empezó a quemar el dedo. Ella metía los pómulos y llenaba sus pulmones. Lo extraño era que no salía la misma cantidad de humo que la cantidad que entraba a su cuerpo. De repente, le llamaron del otro lado del estar: ahora también sabía su nombre. Me hizo un gesto con la cara que la verdad no sé que significó pero entendí que estaba tratando de ser amable. Tomó la mochila, la cargó contra su hombro y se fue. El ruido de las botellas desaparecía a la vez que se achicaba su figura a la distancia. Cuando se fue de mi vista, encendí mi último pucho y me quedé nuevamente con la llama encendida hasta que me quemara, pero esta vez deleitándome del fuego mismo y no de lo que éste iluminaba. Bajé la mirada, al mismo tiempo que pitaba y mirando la mesa descubrí que se había llevado mi cuaderno. Tenía un lado bueno, que volvería a buscarme para que le devuelva el suyo y tenía el lado malo, que sabría que lo mío había sido todo una farsa. Debía estar preparado. Fui al kiosko más cercano y compré un Philip de 10. No eran los que más me gustaban, pero hacía un rato, era los que me había aceptado ella. ¿Y si no les gustaran otros?. Aproveché el viaje y compré una Stella. Llegué al hostel y abundaba el silencio. Todos estaban dormidos ya. Mi mochila seguía allí, como la había dejado, sentada. La bajé del sillón, a un costado, abrí la birra con el encendedor y tomé del pico. Abrí el atado de puchos y prendí uno. Tomé el libro que había dejado antes de irme sobre la mesa y lo abrí en donde había doblado el vértice ella. La desdoblé porque no me dejaba ver lo escrito. Allí se podía leer a mano alzada: "me gusta saber que tengo todo lo que necesito en la espalda". Tomé un lápiz de mi mochila y escribí en el poco espacio que quedaba: "gracias". Doblé la hoja por donde estaba marcada y guardé el libro. Volví a mi asiento, tomé el cigarrillo del cenicero y le di otra pitada. La cerveza transpiraba, ya estaba caliente, la tenía que tomar igual no estaba en condiciones para tirar plata.
Me había dado sueño, no había cenado y no me importaba, tenía todo para mañana, lo que traía de antes sobraba en mi mochila. Algunas veces solo se necesita algo que fumar, algo que tomar y una mujer a la cual admirar, me dije, mientras apagaba la colilla contra el cenicero. Tomé mi mochila con ambas manos y la lancé inclinándome a mi espalda. Nunca la había sentido tan pesada. Era muy pesada en verdad. Medio mareado fui hasta la habitación y la mochila cayó con un sonido fuerte y grave contra el piso al lado de mi cama. Saltándola me acosté para dormirme definitivamente, pero antes concluí en que había sido un gran día.

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