jueves, 26 de marzo de 2015

Los puestos de la memoria



Caminaba a galope, con destino en el parque Rivadavia. Esperaba de una vez por todas conseguir el libro agotado de Bioy Casares "de las cosas maravillosas". Mientras respiraba el aire acabado de purificar cruzando la verja que demarca la calle Rosario del verde, me alteré al atacarme una pregunta por detrás.¿Cómo puede ser que vaya al parque a comprar un libro? ¿No se estaba discriminando así el aporte arquitectónico de los humildes puestos desbordados de historias? Después de todo, ¿no compraba uno los libros en los puestos y no en el parque? Ni siquiera era necesario pisar el pasto para llegar a ellos. Me sentí inerme.
Para saciar el momento y no sufrir de insomnio luego, me conforme con pensar que no era la responsabilidad de los puestos, sino, que era algo que se daba mediante la aceptación de la sociedad para que estos aporten.
Se me avalanzó una imagen representativa de lo que acababa de dar por hecho: una tregua-pacto entre objeto-sociedad, donde la sociedad es juez y sentencia con una sonrisa de esas que no muestran los dientes.
Quien posee un poco de humanidad, descubre a estos especímenes de martillo que conforman las sociedades: saco, corbata y maletín de preferencia negro, repleto de números.
¿Pero acaso los describí empíricamente? ¡Los pocos humanos que quedan desnudan los ropajes de la sociedad y reducen el sentido de sus ojos para no tropezar!
Por allá a lo lejos, un puestero tensaba soga en mano, una lona azulada para proteger a su guarida del próximo vendaval. Gritaba en tono humorístico pero con aplomo a su vecino harapiento que leía un libro de hojas marcadas : "¡Es culpa de la gente!"
¿De qué hablarían? ¿Qué gente? - pensé. Para salvarme nuevamente y no hacerme más preguntas que atosiguen mi itinerario una voz interior me respondía: "la gente es victima apacible de la sociedad".
Y seguí caminando como si no tuviera ojos, mirando las baldosas, con cierto sosiego al sentirme el héroe que mantenía con vida a tantas historias. Sin saber, pero presintiendo en ese aire que me sentaba liviano, lo que sería en adelante, el mejor día de mi vida.





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